Si las personas creen en Dios y experimentan Sus palabras venerándolo de corazón, es posible contemplar la salvación y el amor de Dios en estas personas. Saben dar testimonio de Dios; viven la verdad y aquello de lo que dan testimonio también es la verdad, lo que Dios es y el carácter de Dios. Viven rodeadas del amor de Dios y lo han comprobado. Si las personas desean amar a Dios, deben probar y contemplar Su hermosura; solo entonces puede despertarse en ellas un corazón que ame a Dios, un corazón que inspire a la gente a entregarse lealmente a Dios. Dios no hace que las personas lo amen por medio de palabras, expresiones o su imaginación ni las obliga a amarlo. Por el contrario, deja que lo amen por propia voluntad y que contemplen Su hermosura en Su obra y Sus declaraciones, tras lo cual nace en ellas el amor por Él. Esta es la única manera de que den verdadero testimonio de Dios. Las personas no aman a Dios porque les hayan incitado a ello ni por un impulso emocional pasajero. Aman a Dios porque han visto Su hermosura, porque han comprobado que tiene muchas cosas dignas de amor, porque han visto Su salvación, Su sabiduría y Sus maravillosos actos; por consiguiente, alaban y anhelan sinceramente a Dios y en ellas se ha despertado tal pasión que no podrían sobrevivir sin ganarlo. Aquellas que verdaderamente dan testimonio de Dios saben dar rotundo testimonio de Él porque este se basa en el conocimiento y anhelo sinceros de Dios. No dan un testimonio así por un impulso emocional, sino en función de su conocimiento de Dios y Su carácter. Puesto que han logrado conocer a Dios, creen que, ciertamente, deben dar testimonio de Él y hacer que todos aquellos que lo anhelan lo conozcan y sean conscientes de Su hermosura y realidad. Al igual que el amor de la gente hacia Dios, su testimonio es espontáneo; es real y tiene una relevancia y un valor reales. No es pasivo ni vacío e irrelevante. Los que sinceramente aman a Dios son los únicos cuya vida tiene un valor y una relevancia máximos, los únicos que sinceramente creen en Dios, porque son capaces de vivir en la luz de Dios y de vivir por Su obra y Su gestión, porque no viven en tinieblas, sino en la luz; no tienen una vida irrelevante, sino una vida bendecida por Dios. Aquellos que aman a Dios son los únicos capaces de dar testimonio de Él, Sus únicos testigos, los únicos bendecidos por Él y capacitados para recibir Sus promesas. Los que aman a Dios son Sus íntimos, Su pueblo amado, y pueden gozar de las bendiciones en Su compañía. Estas personas son las únicas que vivirán hasta la eternidad y para siempre bajo el cuidado y la protección de Dios. Dios está para que las personas lo amen y es digno del amor de todas ellas, pero no todas son capaces de amarlo ni de dar testimonio de Él y ostentar el poder con Él. Dado que son capaces de dar testimonio de Dios y de dedicar todos sus esfuerzos a Su obra, aquellos que verdaderamente aman a Dios pueden caminar bajo el cielo sin que nadie se atreva a oponerse a ellos y ejercer el poder en la tierra para gobernar a todo el pueblo de Dios. Estas personas se han congregado procedentes de todo el mundo. Hablan diferentes idiomas y tienen distintos colores de piel, pero su existencia tiene la misma relevancia; todas ellas aman a Dios de corazón, dan el mismo testimonio y tienen la misma determinación y el mismo deseo. Quienes aman a Dios pueden caminar libremente por el mundo y quienes dan testimonio de Dios pueden viajar por el universo. Dios los ama y bendice y vivirán por siempre en Su luz.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Quienes aman a Dios vivirán por siempre en Su luz