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Palabras diarias de Dios: La entrada en la vida | Fragmento 566

117 15/11/2020

Hoy día, la mayoría de las personas tiene un entendimiento muy superficial de sí mismas. No han llegado a distinguir en absoluto las cosas que forman parte de su naturaleza. Sólo tienen conocimiento de algunos de sus estados corruptos, de las cosas que probablemente van a hacer o de unos de sus defectos, y eso les hace creer que se conocen a sí mismos. Si, además, viven rigiéndose por unas cuantas normas, si se aseguran de no cometer equivocaciones en ciertos ámbitos y se las apañan para evitar cometer ciertas transgresiones, entonces consideran que poseen realidad en su creencia en Dios y asumen que serán salvadas. Esto es una imaginación completamente humana. Si te atienes a estas cosas, ¿de verdad llegarás a ser capaz de evitar cometer transgresión alguna? ¿Habrás logrado un verdadero cambio de carácter? ¿Estarás viviendo realmente a semejanza de un ser humano? ¿Puedes satisfacer auténticamente a Dios? ¡Desde luego que no, eso está claro! La creencia en Dios sólo funciona cuando uno tiene altos estándares y ha alcanzado la verdad y alguna transformación en el carácter de vida. Si el conocimiento que las personas tienen de sí mismas es demasiado superficial, les resultará imposible resolver los problemas y su carácter de vida simplemente no cambiará. Es necesario que alguien se conozca en un nivel profundo, lo que significa conocer la propia naturaleza: qué elementos se incluyen en esa naturaleza, cómo se originaron estas cosas y de dónde provinieron. Además, ¿eres realmente capaz de odiar estas cosas? ¿Has visto tu propia alma fea y tu naturaleza malvada? Si eres realmente capaz de ver la verdad sobre ti mismo, entonces comenzarás a aborrecerte. Cuando te aborreces, y luego practicas la palabra de Dios, podrás abandonar la carne y tener la fuerza para cumplir con la verdad sin dificultad. ¿Por qué muchas personas siguen sus preferencias carnales? Porque se consideran bastante buenas, sienten que sus acciones son correctas y justificadas, que no tienen fallas e incluso que están completamente en lo correcto. Por lo tanto, son capaces de actuar con la suposición de que la justicia está de su lado. Cuando alguien reconoce cuál es su verdadera naturaleza, cuán fea, despreciable y detestable es, entonces no está demasiado orgulloso de sí mismo ni es tan salvajemente arrogante ni está tan complacido consigo mismo como antes. Tal persona siente: “Debo ser serio y centrado y practicar algunas de las palabras de Dios. Si no, entonces no estaré a la altura del estándar de ser humano, y me avergonzaré de vivir en la presencia de Dios”. Entonces alguien realmente se ve a sí mismo como miserable, como verdaderamente insignificante. En este momento, a alguien se le hará fácil cumplir con la verdad y parecerá ser un poco como debería ser un humano. Sólo cuando las personas realmente se aborrecen pueden abandonar la carne. Si no se desprecian a sí mismas, serán incapaces de abandonar la carne. Odiarse a uno mismo verdaderamente comprende algunas cosas: primero, conocer la propia naturaleza; y segundo, verse a uno mismo como una persona dependiente y mísera, verse extremadamente pequeño e insignificante y ver la propia alma deplorable y sucia. Cuando alguien ve completamente lo que realmente es, y se logra este resultado, entonces realmente adquiere conocimiento de sí mismo y se puede decir que se ha llegado a conocer completamente. Sólo entonces puede alguien mismo odiarse, hasta el punto de maldecirse y sentir verdaderamente que Satanás lo ha corrompido profundamente; tanto que ni siquiera se parece a un ser humano. Entonces un día, cuando aparezca la amenaza de la muerte, esa persona pensará: “Este es el justo castigo de Dios. Dios es, ciertamente, justo; ¡en verdad yo debería morir!”. En este punto, él no albergará quejas y, mucho menos, culpará a Dios, simplemente, sentirá que es tan dependiente y despreciable, tan inmundo y tan corrupto, que debería ser eliminado por Dios, y que un alma así no es apta para vivir en la tierra. En este punto, esta persona no se resistirá a Dios y, mucho menos, lo traicionará. Si alguien no se conoce, y todavía se considera bastante bueno, entonces cuando la muerte llame, esta persona pensará: “Lo he hecho muy bien en mi fe. ¡Qué duro he buscado! He dado tanto, he sufrido tanto, pero finalmente Dios ahora me está pidiendo que muera. No sé dónde está la justicia de Dios. ¿Por qué me está pidiendo que muera? Si hasta una persona como yo tiene que morir, entonces ¿quién se salvará? ¿No llegará a su fin la raza humana?”. En primer lugar, esta persona tiene nociones acerca de Dios. En segundo lugar, esta persona se queja y no muestra ninguna sumisión en absoluto. Esto es igual que Pablo: cuando estaba a punto de morir, no se conocía, y para cuando el castigo de Dios estaba cerca, era demasiado tarde para arrepentirse.

La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte

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