El Hijo del hombre sigue hablando.
Este hombre insignificante nos guía en la obra de Dios.
Hemos sufrido muchas pruebas y reprensiones
y hemos sido puestos a prueba con la muerte.
De Su justicia y majestuosidad aprendemos.
Gozamos de Su compasión y amor.
Apreciamos Su poder y sabiduría,
vemos Su hermosura y deseo de salvar al hombre.
En las palabras de esta persona común,
la esencia, voluntad y carácter de Dios conocemos.
También la esencia y naturaleza del hombre,
y vemos el camino de la salvación y perfección.
Sus palabras nos hacen morir y renacer.
Nos hacen sentir culpables y en deuda.
Pero también nos aportan consuelo.
Provocan dolor, también gozo y paz.
A veces enemigos a quienes Su ira ha hecho cenizas.
O corderos al matadero, o como Sus predilectos.
Somos los salvados; somos gusanos.
Somos corderos a los que busca sin cesar.
En las palabras de esta persona común,
la esencia, voluntad y carácter de Dios conocemos.
También la esencia y naturaleza del hombre,
y vemos el camino de la salvación y perfección.
Él nos compadece, levanta y desprecia;
nos consuela, exhorta, esclarece y guía;
nos reprende, disciplina e incluso nos maldice;
día y noche, se preocupa y nos cuida.
No se aleja de nosotros, nos da todo Su cuidado.
Lo ha dado todo por nosotros.
En Sus palabras, hemos gozado la totalidad de Dios
y contemplado el destino que nos ha concedido.
En las palabras de esta persona común,
la esencia, voluntad y carácter de Dios conocemos.
También la esencia y naturaleza del hombre,
y vemos el camino de la salvación y perfección.
De “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”