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Palabras diarias de Dios: La entrada en la vida | Fragmento 480

609 25/10/2020

Algunas personas afirman: “Pablo hizo una cantidad tremenda de obra, llevó muchas cargas por las iglesias y contribuyó mucho a ellas. Las trece epístolas de Pablo ratificaron 2000 años de la Era de la Gracia y sólo las superan los Cuatro Evangelios. ¿Quién puede compararse con él? Nadie puede descifrar el Apocalipsis de Juan, mientras que las epístolas de Pablo proveen vida y la obra que realizó fue beneficiosa para las iglesias. ¿Quién más pudo haber logrado tales cosas? ¿Y cuál fue la obra de Pedro?”. Cuando el hombre mide a otros, lo hace según sus contribuciones. Cuando Dios evalúa al hombre, lo hace de acuerdo con su naturaleza. Entre los que buscan vida, Pablo fue alguien que desconocía su propia esencia. No era en absoluto humilde ni obediente, ni conocía su esencia, la cual se oponía a Dios. Por tanto, era alguien que no había pasado por experiencias detalladas ni puso en práctica la verdad. Pedro era diferente. Conocía sus imperfecciones, sus debilidades y su carácter corrupto como una criatura de Dios y, por tanto, tenía una senda de práctica por medio de la cual cambiar su carácter; no era uno de esos que sólo tenía doctrina, pero no realidad. Las que cambian son personas nuevas que han sido salvadas, son las calificadas para la búsqueda de la verdad. Las que no lo hacen pertenecen a aquellas que son obsoletas por naturaleza; son las que no se han salvado, es decir, aquellas a las que Dios ha detestado y rechazado. Ellas no serán conmemoradas por Dios, por muy grande que haya sido su obra. Cuando comparas esto con tu propia búsqueda, debe ser evidente si eres finalmente un tipo de persona como Pedro o como Pablo. Si aún no hay verdad en lo que buscas, y si todavía hoy sigues siendo tan soberbio e insolente como Pablo, y te elogias a ti mismo con tanta elocuencia como él, sin duda eres un degenerado que fracasa. Si buscas lo mismo que Pedro, si procuras prácticas y cambios verdaderos y no eres arrogante ni obstinado, sino que buscas cumplir con tu deber, serás una criatura de Dios que puede lograr la victoria. Pablo no conocía su propia esencia o corrupción y, mucho menos, su propia desobediencia. Nunca mencionó su desafío despreciable hacia Cristo ni se arrepintió demasiado. Sólo ofreció una breve explicación y, en lo profundo de su corazón, no se sometió totalmente a Dios. Aunque cayó en el camino de Damasco, no miró en lo profundo de su ser. Se contentó con seguir obrando simplemente y no consideró que conocerse y cambiar su viejo carácter fueran los asuntos más cruciales. Se satisfacía con simplemente hablar la verdad, con proveer para otros como un bálsamo para su propia conciencia y con no perseguir más a los discípulos de Jesús para consolarse y perdonarse por sus pecados pasados. La meta que perseguía no era otra que una corona futura y una obra transitoria, la meta que perseguía era la gracia abundante. No buscaba suficiente verdad ni buscaba progresar más profundamente en la verdad, la cual no había entendido previamente. Por consiguiente, se puede decir que su conocimiento de sí mismo era falso y que no aceptaba el castigo ni el juicio. Que fuera capaz de obrar no significa que poseyera un conocimiento de su propia naturaleza o de su esencia; él sólo se centraba en las prácticas externas. Además, no se esforzaba por el cambio, sino por el conocimiento. Su obra fue, por completo, el resultado de la aparición de Jesús en el camino a Damasco. No fue algo que él hubiera decidido hacer en un principio ni fue una obra que ocurriera después de que aceptase la poda de su viejo carácter. Independientemente de cómo obrara, su viejo carácter no cambió y, por tanto, su obra no expió sus pecados pasados, más bien desempeñó cierto papel entre las iglesias de la época. Alguien como él, cuyo viejo carácter no cambió —es decir, que no obtuvo la salvación y que, además, no tenía la verdad— era absolutamente incapaz de llegar a ser uno de los aceptados por el Señor Jesús. No era alguien lleno de amor y reverencia a Jesucristo ni alguien experto en buscar la verdad y, mucho menos, alguien que buscara el misterio de la encarnación. Era simplemente una persona habilidosa en la sofistería, que no cedería ante cualquiera más elevado que él o que poseyera la verdad. Envidiaba a las personas y las verdades contrarias a él, o enemistadas con él, prefiriendo a las que tenían dones, presentaban una gran imagen y poseían un conocimiento profundo. No le gustaba interactuar con los pobres que buscaban el camino verdadero y que no se preocupaban por otra cosa que no fuera la verdad; él se relacionaba, más bien, con figuras superiores de organizaciones religiosas que sólo hablaban de doctrinas y que poseían un conocimiento abundante. No sentía ningún amor por la obra nueva del Espíritu Santo ni se preocupaba por el movimiento de la misma, sino que prefería esas regulaciones y doctrinas que fueran más elevadas que las verdades generales. En su esencia innata y en la totalidad de lo que buscaba, no merece ser llamado un cristiano que buscara la verdad y, menos aún, un siervo fiel en la casa de Dios, porque su hipocresía era demasiada y su desobediencia demasiado grande. Aunque se le conoce como un siervo del Señor Jesús, no fue en absoluto adecuado para entrar por la puerta del reino de los cielos, porque sus acciones de principio a fin no pueden definirse como justas. Simplemente se le puede ver como una persona hipócrita, que hizo injusticias, pero que también obró para Cristo. Aunque no se le puede adecuadamente calificar de malvado, se le puede definir como un hombre que hizo cosas injustas. Llevó a cabo mucha obra, pero no se le debe juzgar por la cantidad de obras que realizó, sino sólo por su calidad y esencia. Sólo así es posible llegar al fondo del asunto. Él siempre creyó: soy capaz de obrar, soy mejor que la mayoría de las personas; soy considerado con la carga del Señor como nadie más y nadie se arrepiente tan profundamente como yo, porque la gran luz resplandeció sobre mí y la he visto; por tanto, mi arrepentimiento es más profundo que cualquier otro. En ese momento, esto es lo que él pensaba en su corazón. Al final de su obra, Pablo dijo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, y me está guardada la corona de justicia”. Su lucha, su obra y su carrera fueron enteramente en aras de la corona de justicia y él no avanzó de forma activa; aunque no fue superficial en su obra, puede decirse que la realizó simplemente con el fin de compensar sus errores y las acusaciones de su conciencia. Él sólo esperaba completar su obra, terminar su carrera y pelear su batalla lo más pronto posible, de forma que pudiese obtener la tan anhelada corona de justicia cuanto antes. Lo que él anhelaba no era reunirse con el Señor Jesús con sus experiencias y su conocimiento verdaderos, sino terminar su obra lo antes posible con el fin de recibir las recompensas que esta le había ganado cuando se encontró con el Señor Jesús. Él usó su obra para consolarse y para hacer un trato de intercambio por una corona futura. Lo que buscaba no era la verdad ni a Dios, sino sólo la corona. ¿Cómo puede una búsqueda así cumplir con el estándar? Su motivación, su obra, el precio que pagó y todos sus esfuerzos, sus maravillosas fantasías lo impregnaron todo, y él trabajó en total acuerdo con sus propios deseos. En la totalidad de su obra, no hubo la más mínima disposición en el precio que pagó; simplemente estaba cerrando un trato. No hizo sus esfuerzos voluntariamente para cumplir con su deber, sino para conseguir el objetivo del trato. ¿Hay algún valor en tales esfuerzos? ¿Quién elogiaría sus esfuerzos impuros? ¿Quién tiene algún interés en ellos? Su obra estaba llena de sueños para el futuro, de planes maravillosos y no contenía una senda para cambiar el carácter humano. Así pues, gran parte de su benevolencia era fingida; su obra no proveía vida, sino que era un simulacro de civismo; era el cumplimiento de un trato. ¿Cómo puede una obra así llevar al hombre a la senda de la recuperación de su deber original?

La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine

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