Durante el tiempo en que siguió a Jesús, Pedro tenía muchas opiniones acerca de Él y siempre lo juzgaba desde su propia perspectiva. Aunque tenía un cierto grado de comprensión del Espíritu, Pedro no era muy iluminado, de ahí sus palabras cuando dijo: “Debo seguir a aquel a quien el Padre celestial ha enviado. Debo reconocer aquel quien el Espíritu Santo ha escogido”. No entendía las cosas que Jesús hizo y no recibió la iluminación. Después de seguirlo por algún tiempo se interesó más en lo que Él hacía y decía y en Jesús mismo. Llegó a sentir que Jesús inspiraba tanto afecto como respeto; le gustaba asociarse con Él y estar a Su lado y escuchar las palabras de Jesús que le daban alimento y ayuda. En el tiempo en que siguió a Jesús, Pedro observó y llevó a su corazón todo acerca de Su vida: Sus acciones, palabras, movimientos y expresiones. Adquirió un entendimiento profundo de que Jesús no era como los hombres ordinarios. Aunque Su apariencia humana era muy ordinaria, estaba lleno de amor, compasión y tolerancia para el hombre. Todo lo que hacía y decía era de mucha ayuda para los demás y a Su lado Pedro vio y aprendió cosas que nunca antes había visto o tenido. Vio que aunque Jesús no tenía un alto estatus ni una humanidad inusual, tenía sobre Él un aire verdaderamente extraordinario y poco común. Aunque Pedro no podía explicarlo por completo, podía ver que Jesús actuaba diferente a todos los demás, porque hacía cosas muy diferentes a las que hacía el hombre ordinario. Del tiempo que estuvo en contacto con Jesús, Pedro también se dio cuenta de que Su personalidad era diferente al de un hombre común. Siempre actuaba con firmeza y nunca con prisa, nunca exageraba ni le restaba importancia a un tema y conducía Su vida de una forma que era tanto normal como admirable. En la conversación, Jesús era elegante y lleno de gracia, era abierto y alegre pero sereno, y nunca perdía Su dignidad al llevar a cabo Su obra. Pedro vio que Jesús algunas veces era taciturno pero que otras veces hablaba sin cesar. A veces estaba tan contento que se volvía ágil y vivaz como una paloma y otras veces estaba tan triste que no hablaba para nada, como si fuera una madre experimentada. A veces estaba lleno de ira como un soldado valiente que sale corriendo para matar a los enemigos y otras veces hasta como un león rugiente. Algunas veces reía; otras veces oraba y lloraba. No importa cómo actuara Jesús, Pedro llegó a tener un amor y respeto sin límites por Él. La risa de Jesús lo llenaba de alegría, Su tristeza lo hundía en la pena, Su ira lo atemorizaba, mientras que Su misericordia, perdón y severidad lo hacían llegar a amar a Jesús de verdad, llegando a tener verdadera veneración y verdadero anhelo por Él. Por supuesto, Pedro sólo llegó a darse cuenta de todo esto gradualmente, para cuando ya había vivido junto a Jesús por unos pocos años.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cómo Pedro llegó a conocer a Jesús