Dios ha venido a la tierra para llevar a cabo Su obra en medio del hombre, aparecerse de forma personal a este y permitir que le contemple; ¿es este un asunto menor? ¡No es nada simple! Dios no ha venido, como el hombre imagina, para que los seres humanos puedan mirarle, entender que Dios es real y no algo impreciso o vano, y que Dios es noble pero también humilde. ¿Podría ser tan sencillo? Precisamente porque Satanás ha corrompido la carne del hombre y al ser este a quien Dios pretende salvar, Él tiene que adoptar forma de carne para librar batalla contra Satanás y pastorear personalmente al ser humano. Sólo esto es beneficioso para Su obra. Las dos formas encarnadas de Dios han existido con el fin de derrotar a Satanás, y también para salvar mejor al hombre. Esto se debe a que quien le libra batalla a Satanás sólo puede ser Dios, ya sea Su Espíritu o la carne de Dios encarnado. En resumen, los ángeles no pueden ser quienes luchen contra Satanás y mucho menos el hombre, que ha sido corrompido por Satanás. Los ángeles son incapaces de librar esta batalla y el ser humano lo es aún más. Por ello, si Dios desea obrar la vida del hombre, si quiere venir personalmente a la tierra para salvar al hombre, debe venir Él mismo en carne, es decir, debe adoptar personalmente la carne y, con Su identidad inherente y la obra que debe hacer, venir en medio del hombre y salvarlo de forma personal. De no ser así, si fuera el Espíritu de Dios o el hombre quienes llevaran a cabo esta obra, no se obtendría nada de esta batalla y jamás terminaría. Sólo cuando Dios se hace carne y va Él mismo a librar batalla contra Satanás, en medio de los hombres, el ser humano tiene una posibilidad de salvación. Además, sólo entonces se avergüenza Satanás y queda sin oportunidades que explotar o planes que ejecutar. La obra realizada por el Dios encarnado es inalcanzable para el Espíritu de Dios, y sería aún más imposible que cualquier hombre carnal la llevara a cabo en Su nombre, porque la obra que Él hace es en beneficio de la vida del hombre y para cambiar el carácter corrupto del hombre. Si el hombre participara en esta batalla, sólo huiría en desbandada y simplemente sería incapaz de cambiar su carácter corrupto. Sería incapaz de salvar al hombre de la cruz o de conquistar a toda la humanidad rebelde; sólo podría realizar un poco de la vieja obra que no va más allá de los principios o una obra que no está relacionada con la derrota de Satanás. ¿Para qué molestarse, pues? ¿Cuál es la relevancia de una obra que no puede ganar a la humanidad, y mucho menos derrotar a Satanás? Y así, la batalla contra este sólo puede ser llevada a cabo por Dios mismo, y sería sencillamente imposible que el hombre la hiciese. El deber del hombre consiste en obedecer y seguir, porque no es capaz de realizar obra semejante a crear los cielos y la tierra y, además, tampoco puede hacer la obra de pelear contra Satanás. El hombre sólo puede satisfacer al Creador bajo el liderazgo de Dios mismo, por medio del cual es derrotado Satanás; esto es lo único que el hombre puede hacer. Por eso, cada vez que empieza una nueva batalla, es decir, cada vez que empieza la obra de la nueva era, es Dios mismo quien la realiza personalmente; a través de ella, dirige toda la era y abre un nuevo camino para toda la humanidad. El alba de cada nueva era es un nuevo inicio en la batalla con Satanás, por medio de la cual el hombre entra a un ámbito más nuevo y más hermoso y en una nueva era que Dios dirige personalmente. El hombre es el amo de todas las cosas, pero los que han sido ganados se convertirán en los frutos de todas las batallas con Satanás. Él es el corruptor de todas las cosas; es quien sale derrotado al final de todas las batallas, y también es aquel que será castigado después de ellas. Entre Dios, el hombre y Satanás, sólo este último es quien será detestado y rechazado. Los que fueron ganados por Satanás, y no son recuperados por Dios, se convierten mientras tanto en aquellos que reciben el castigo en nombre de Satanás. De estos tres, sólo Dios debería ser adorado por todas las cosas. Los que fueron corrompidos por Satanás, pero son retomados por Dios y siguen Su camino, se convertirán en aquellos que recibirán la promesa divina y juzgarán a los malvados para Dios. Con toda seguridad, Él será victorioso y Satanás será derrotado; sin embargo, entre los hombres existen aquellos que ganarán y los que perderán. Los que ganen formarán parte de los vencedores y los que pierdan formarán parte de los perdedores, esta es la clasificación de cada uno según su especie, es el desenlace final de toda la obra de Dios. Es también el objetivo de toda Su obra y nunca cambiará. El núcleo central de la obra principal del plan de gestión de Dios se centra en la salvación del hombre, y Él se hace carne principalmente por el bien de este asunto central, por el bien de esta obra y para derrotar a Satanás. La primera vez que Dios se hizo carne también fue para vencer a Satanás: se hizo carne personalmente y fue clavado en persona en la cruz para completar la obra de la primera batalla, que era la de la redención de la humanidad. Del mismo modo, esta etapa de obra también la realiza Dios mismo; se ha hecho carne para realizar Su obra entre los hombres, para pronunciar personalmente Su palabra y permitir que el hombre le vea. Es, por supuesto, inevitable que haga alguna otra obra por el camino, pero la razón principal por la que lleva a cabo Su obra, de forma personal, es para derrotar a Satanás, conquistar a toda la humanidad y ganar a esas personas. Por tanto, la obra de la encarnación de Dios no es simple. Si Su propósito sólo fuera mostrarle al hombre que Dios es humilde y está escondido, y que Dios es real, si sólo fuera por hacer esta obra, no tendría necesidad de hacerse carne. Aunque Dios no se encarnara, podría revelarle directamente al hombre Su humildad y que está escondido, Su grandeza y Su santidad, pero tales cosas no tienen nada que ver con la obra de gestionar a la humanidad. Son incapaces de salvar al hombre o hacerlo completo, y mucho menos pueden derrotar a Satanás. Si la derrota de este sólo implicara que el Espíritu librara batalla contra un espíritu, dicha obra tendría incluso menos valor práctico; sería incapaz de ganar al hombre y arruinaría su destino y sus perspectivas. Como tal, la obra de Dios tiene hoy profunda relevancia. No sólo es para que el hombre pueda verle ni para que abra los ojos o le proporcione aliento y la sensación de estar un poco conmovido; una obra así no tiene relevancia. Si sólo puedes hablar de esta clase de conocimiento, esto demuestra que no conoces la verdadera relevancia de la encarnación de Dios.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Restaurar la vida normal del hombre y llevarlo a un destino maravilloso