I
Han pasado varios miles de años,
y la humanidad sigue disfrutando de la luz y el aire concedidos por Dios,
sigue respirando el aliento exhalado por Dios mismo,
sigue disfrutando de las flores, las aves, los peces y los insectos creados por Él,
y disfruta de todas las cosas que Él ha proveído;
el día y la noche siguen reemplazándose mutuamente de continuo;
las cuatro estaciones alternan como de costumbre;
los gansos vuelan en el cielo partiendo este invierno,
y seguirán volviendo la próxima primavera;
los peces en el agua nunca dejan los lagos y los ríos, su hogar.
II
Las cigarras de la tierra cantan con el corazón durante los días de verano;
los grillos de la hierba tararean al compás del viento durante el otoño;
los gansos se reúnen en bandadas,
mientras las águilas permanecen en solitario;
las manadas de leones se sustentan cazando;
el alce no se aparta de la hierba y de las flores…
Cada especie de criatura viviente entre todas las cosas
parte y regresa, y después vuelve a partir,
con un millón de cambios que se producen en un parpadeo.
Pero lo que no cambia son los instintos y las leyes de la supervivencia.
Viven bajo la provisión y la alimentación de Dios,
y nadie puede cambiar sus instintos,
como tampoco nadie puede alterar sus reglas de supervivencia,
como tampoco nadie puede alterar sus reglas de supervivencia.
De “La Palabra manifestada en carne”