Lo que el hombre ha conseguido ahora —su estatura actual, su conocimiento, su amor, su lealtad, su obediencia y su perspicacia— es el resultado alcanzado a través del juicio de la palabra. Que seas capaz de tener lealtad y permanecer firme hasta este día se consigue a través de la palabra. Ahora el hombre ve que la obra de Dios encarnado es, ciertamente, extraordinaria, y que hay mucho en ella que el hombre no puede lograr, y que son misterios y maravillas. Por tanto, muchos se han sometido. Algunos nunca se han sometido a ningún hombre desde el día de su nacimiento, pero cuando ven las palabras de Dios hoy, se someten totalmente sin darse cuenta de que lo han hecho y no se atreven a examinar o a decir nada más. La humanidad ha caído bajo la palabra y yace postrada bajo el juicio de la misma. Si el Espíritu de Dios le hablara directamente al hombre, la humanidad entera se sometería a la voz, cayendo sin palabras de revelación, como cuando Pablo cayó al piso en medio de la luz de camino a Damasco. Si Dios continuara obrando de esta forma, el hombre nunca sería capaz de llegar a conocer su propia corrupción a través del juicio de la palabra y, así, alcanzar la salvación. Sólo haciéndose carne puede Dios transmitir personalmente Sus palabras a los oídos de todos los seres humanos de forma que todos los que tengan oídos puedan oír Sus palabras y recibir Su obra de juicio por la palabra. Sólo este es el resultado obtenido por Su palabra, y no que el Espíritu se manifieste con el fin de atemorizar al hombre para que se someta. Sólo a través de esta obra práctica, pero extraordinaria, puede el antiguo carácter del hombre, escondido profundamente en su interior durante muchos años, ser revelado plenamente de forma que el hombre pueda reconocerlo y cambiarlo. Todas estas cosas constituyen la obra práctica de Dios encarnado, en la cual, al hablar y ejecutar el juicio de una manera práctica, lleva a cabo el juicio sobre el hombre por la palabra. Esta es la autoridad de Dios encarnado y el sentido de Su encarnación. Se lleva a cabo para dar a conocer la autoridad de Dios encarnado, los resultados obtenidos por la obra de la palabra y que el Espíritu ha venido en la carne; además, demuestra Su autoridad a través de juzgar al hombre por medio de la palabra. Aunque Su carne es la forma externa de una humanidad común y corriente, los resultados conseguidos por Sus palabras muestran al hombre que Él está lleno de autoridad, que es Dios mismo y que Sus palabras son la expresión de Dios mismo. Por medio de esto, se muestra a toda la humanidad que Él es Dios mismo, que es Dios mismo hecho carne, que nadie puede ofenderlo y que nadie puede superar Su juicio por medio de la palabra, y que ninguna fuerza de oscuridad puede prevalecer sobre Su autoridad. El hombre se somete a Él por completo debido a que Él es la Palabra hecha carne, debido a Su autoridad y debido a Su juicio por medio de la palabra. La obra traída por Su carne encarnada es la autoridad que Él posee. La razón por la que Él se hace carne es porque la carne también puede poseer autoridad, y Él es capaz de llevar a cabo la obra entre los hombres de una manera práctica, de modo que sea visible y tangible para el hombre. Esta obra es mucho más realista que la realizada directamente por el Espíritu de Dios, quien posee toda la autoridad, y sus resultados también son evidentes. Esto se debe a que la carne encarnada de Dios puede hablar y obrar de una forma práctica. La forma externa de Su carne no tiene autoridad y los hombres pueden acercarse a ella, mientras que Su esencia conlleva autoridad, pero esta no es visible para nadie. Cuando Él habla y obra, el hombre es incapaz de detectar la existencia de Su autoridad; esto le facilita llevar a cabo obra de una naturaleza práctica. Toda esta obra práctica puede producir resultados. Aunque ningún hombre es consciente de que Él tiene autoridad ni ve que no se le puede ofender ni ve Su ira, Él alcanza los resultados deseados de Sus palabras a través de Su autoridad velada, de Su ira oculta y de las palabras que sólo Él pronuncia. Dicho de otra forma, el hombre se convence plenamente por medio de Su tono de voz, de la severidad de Su discurso y de toda la sabiduría de Sus palabras. De esta forma, el hombre se somete a la palabra de Dios encarnado, quien, aparentemente, no tiene autoridad, cumpliendo, de esta forma, el objetivo de Dios de salvar al hombre. Este es otro aspecto del sentido de Su encarnación: hablar de forma más realista y permitir que la realidad de Sus palabras tenga un efecto sobre el hombre de forma que este pueda dar testimonio del poder de la palabra de Dios. Así pues, si esta obra no se hubiera hecho por medio de la encarnación, no habría obtenido los más mínimos resultados y no sería capaz de salvar por completo a los pecadores. Si Dios no se hiciera carne, se quedaría como el Espíritu invisible e intangible para el hombre. El hombre es una criatura de carne, y él y Dios pertenecen a dos mundos diferentes y poseen distinta naturaleza. El Espíritu de Dios es incompatible con el hombre, quien es de carne, y sencillamente no hay forma de establecer relaciones entre ellos, sin mencionar que el hombre es incapaz de volverse espíritu. Así pues, el Espíritu de Dios debe convertirse en un ser creado para llevar a cabo Su obra original. Dios puede tanto ascender al lugar más elevado como humillarse para convertirse en una criatura humana, obrando y viviendo entre la humanidad, pero el hombre no puede ascender hasta el lugar más elevado y volverse un espíritu, y, mucho menos, descender hasta el lugar más bajo. Por esta razón Dios debe hacerse carne para llevar a cabo Su obra. Del mismo modo, durante la primera encarnación sólo la carne de Dios encarnado podía redimir al hombre a través de Su crucifixión, mientras que no habría habido forma de que el Espíritu de Dios fuera crucificado como una ofrenda por el pecado para el hombre. Dios podía hacerse carne directamente para servir como una ofrenda por el pecado para el hombre, pero este no podía ascender directamente al cielo para tomar la ofrenda por el pecado que Dios había preparado para él. Así pues, lo único posible sería pedirle a Dios que fuera y viniera unas cuantas veces entre el cielo y la tierra, y no hacer que el hombre ascienda al cielo para tomar esta salvación, porque el hombre había caído y, además, simplemente no podía ascender al cielo, y, mucho menos, obtener la ofrenda por el pecado. Por tanto, era necesario que Jesús viniera entre la humanidad y realizara personalmente la obra que el hombre simplemente no podía llevar a cabo. Cada vez que Dios se hace carne, es por absoluta necesidad. Si el Espíritu de Dios hubiera podido llevar a cabo directamente cualquiera de las etapas, no se habría sometido a la indignidad de estar encarnado.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El misterio de la encarnación (4)
La autoridad y el sentido de la encarnación de Dios
I
El amor del hombre, su talla y lealtad, su obediencia, conocimiento y visión provienen del juicio, y Su palabra sostiene tu fe. El hombre ve la gran obra de Dios, y hay tanto que no puede alcanzar: misterios y maravillas hay. Y por eso muchos se han entregado. Nadie supera al juicio de Su palabra, y no hay oscuridad por encima de Su autoridad. El hombre se entrega por Su encarnación, Su autoridad y el juicio de Su palabra.
II
Y aquellos que nunca se entregaron se arrodillan, confrontados por Su palabra. Se inclinan ante el juicio de Su palabra, nunca indagando ni juzgando con su lengua. La carne de Dios aparece como si Él fuera ordinario, pero Sus palabras muestran al hombre Su autoridad. Él es Dios mismo, lo muestran Sus palabras. Nadie puede ofender al Dios hecho carne.
III
Dios encarnado entrega Sus palabras para que aquellos con oídos escuchen y reciban Su juicio. Dios no asusta al hombre hacia la sumisión mostrándose en forma de espíritu. El carácter del hombre, aunque oculto en lo profundo, es revelado por esta obra real y única, para que el hombre lo reconozca y cambie. Su juicio es práctico, y se transmite por la palabra. Esta es la autoridad y el significado de la encarnación de Dios. Esta es la autoridad y el significado de la encarnación de Dios. Nadie supera el juicio de Su palabra, y no hay oscuridad por encima de Su autoridad. El hombre se entrega por Su encarnación, Su autoridad y el juicio de Su palabra, por Su encarnación, Su autoridad y el juicio de Su palabra.
De “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”