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Dios me salvo del borde de la muerte al sufrir un linfoma

Mi mamá se hizo cristiana cuando yo era pequeña. Cada vez que tenía tiempo, compartía el Evangelio conmigo diciendo que fuimos creados por Dios, que nuestro destino estaba en manos de Dios, y que deberíamos tener fe en Dios y adorarlo. Pero cada vez la respondía sin dudarlo: “¡Nuestro destino está en nuestras manos, y creo que puedo construir un buen futuro confiando en mi propio trabajo duro!” Sin embargo, algo que nunca podría haber imaginado sucedió justo cuando estaba luchando por alcanzar mis propios ideales...

Un día de octubre del 2015, descubrí un bulto del tamaño de un garbanzo en la parte de abajo de la derecha de la garganta, y en tan sólo una noche el bulto aumentó al tamaño de un puño. Estaba duro como una piedra. Luego apareció otro bulto en el lado izquierdo. Mi familia me llevó rápidamente al hospital del condado para que me examinasen, y las pruebas sugirieron una sospecha de linfoma, de manera que hubo que hacer una biopsia. El médico nos dijo que el índice de mortandad en caso de un linfoma es muy alto, e incluso el tratamiento no es más que una medida a corto plazo para alargar algo la vida. No daba crédito a lo que acababa de oír, y no pude evitar llorar. ¡Yo era muy joven! Tenía un bebé de apenas unos seis meses, ¿cómo iba a arreglárselas mi marido con un niño tan pequeño? Además, yo no iba a poder hacerme cargo de mis padres cuando estos fueran mayores. … No me atreví a seguir aquel hilo de pensamientos.

La oración de sanación

A continuación mi familia me llevó a un hospital de la ciudad para la biopsia, y mientras esperábamos los resultados, el tumor no dejaba de crecer. Hacía presión y el dolor era difícil de soportar. Los bultos a ambos lados crecieron tanto que estaban a la par con los hombros, y no se me veía el cuello. Día a día estaba más aterrorizada. Mi madre, que veía lo grave de la situación, me dijo: “Xinjing, ¡órale a Dios y apóyate en Él! No son los médicos quienes deciden si puedes recuperarte de esta enfermedad: es Dios”. Al oírla decirme esto y teniendo en cuenta mi estado, acabé por orarle a Dios y dejar el asunto en Sus manos.

Cuando llegaron los resultados de la biopsia, el médico me dijo que iban a ingresarme inmediatamente en el hospital debido a la gravedad de mi estado, así podrían hacerme un TAC de cuerpo entero. Pero el tumor había estado presionando la arteria durante mucho tiempo, causándome un dolor terrible en los brazos; era como si me estuvieran clavando miles de agujas. Era tan doloroso que no podía tolerarlo ni un solo minuto, y con el TAC tenía que estar tumbada inmóvil durante 20 minutos. Yo no podía. En ese instante me di cuenta de lo pequeña y frágil que era, y que no había manera de soportar aquel tipo de sufrimiento. Fue entonces cuando sentí que ¡sólo Dios podría salvarme! Cerré los ojos y oré, repitiendo sin cesar: “Oh Dios, sálvame...” Antes de darme cuenta, los 20 minutos habían pasado, y sorprendentemente, yo no sentía dolor. Fue tan increíble - ¡Dios realmente había oído mis oraciones!

Ya habían transcurrido más de dos semanas en el hospital y el tumor seguía creciendo y creciendo. Hacía presión contra los pulmones, de modo que los fluidos se acumulaban en el pulmón, y día a día me costaba más respirar; sentía como una enorme piedra encima del pecho que no me dejaba respirar bien. Era como si me estuviera ahogando, e incluso despertaba a cada rato para inhalar con fuerza y coger algo de aire. A medida que mi condición se agravaba, caí en un estado de confusión. Cuando en un momento dado tuve un instante de paz, me vino a la cabeza una frase de la palabra de Dios que mi madre había compartido conmigo: “Mientras tengas aliento, Dios no te dejará morir”. Me agarré a aquellas palabras como a un salvavidas, y mi corazón no hacía más que gritar: “Oh, Dios, me está doliendo mucho. ¡No podré aguantar mucho más! Te lo ruego, sálvame...” Tras orar así, sentí que poco a poco me costaba menos respirar y el dolor se iba disipando. De hecho, llegué a quedarme dormida.

Los resultados demostraron que no sólo tenía un linfoma sino también una tuberculosis en los nódulos linfáticos. Los especialistas dijeron que nunca habían visto un caso como el mío. Me hicieron tomar durante unos días un tratamiento contra la tuberculosis, y luego empezaron con la quimioterapia. Nada más empezar el tratamiento de la quimio, empecé a toser, y me costaba mucho respirar. Tuvieron que ponerme una máscara de oxígeno, y luego pillé una infección con una fiebre de 41,8º C.

Durante ese proceso, el médico les dio a mis familiares tres avisos distintos de lo crítico de mi estado, para que se preparasen para llevarme a casa y empezar con los preparativos del funeral, y que si estaban decididos a continuar con el tratamiento, habría que ingresarme en la UCI. Al oír aquello, le oré a Dios: “Oh, Dios, estoy segura de que mi vida está en Tus manos. Si quieres que me muera, no vale la pena meterme en la UCI. Si no permites que me muera, no me moriré en ningún sitio. ¡Creo que sólo Tú puedes salvarme!” Sentí como una fuerte sensación de paz en mi interior después de haber orado. También dormía mejor que antes, y cuando estaba consciente, no paraba de orar. Después de cada oración sentía que tenía más fuerza.

Empecé siendo la paciente más grave en toda la planta, pero, inesperadamente, tres días después, la fiebre empezó a bajar milagrosamente. A partir de ahí, la quimioterapia fue cada vez a mejor, y tras cuatro tratamientos, me hicieron otro TAC. Un día que estaba tumbada en la cama del hospital con la vía de la quimioterapia clavada en el brazo, vino el médico y sonriendo me dijo: “Felicidades. Ya no tienes tumores importantes y estarás bien con otros cuatro tratamientos quimio más de refuerzo. ¡Este giro de tuerca es realmente un milagro! En una ocasión tuvimos una estrella aquí que estaba igual que tú, tenía muchísimo dinero, pero al final acabó muriéndose”. Me sentí increíblemente emocionada al oír aquello. Nunca me habría podido imaginar que mi enfermedad tan grave pudiera dar un giro para bien, que ¡tendría una posibilidad de sobrevivir! Supe que aquello había sido la protección milagrosa de Dios. No paré de darle las gracias a Dios. Cuando mi madre oyó la buena nueva, me dijo emocionada: “¡Xinjing, has mejorado tan rápidamente! ¡Esto se debe totalmente al amor de Dios! La señora mayor de esta planta tiene lo mismo que tú, aunque en un estadio temprano, pero está empeorando, incluso con la quimioterapia. Cuando ingresaste, los médicos dijeron que no valía la pena tratarte, que sólo sería una pérdida de dinero. Y ahora dicen que tu recuperación es un milagro. ¿Acaso no es esto obra maravillosa de Dios?” Asentí y le di la razón, y en silencio tomé una decisión: ¡Al salir del hospital, creeré en Dios y le seguiré para devolverle Su amor por mí!

Después de que me dieran el alta, empecé a acudir a reuniones, y cuando los hermanos y hermanas oyeron mi historia, todos dieron las gracias y alabaron a Dios Todopoderoso. Un día ví estas palabras de Dios: “Como todas las cosas, el hombre, silenciosamente y sin saberlo, es alimentado por la dulzura, la lluvia y el rocío de Dios. Como todas las cosas, y sin saberlo, el hombre vive bajo la orquestación de la mano de Dios. El corazón y el espíritu del hombre están en la mano de Dios; todo lo que hay en su vida es contemplado por los ojos de Dios. Independientemente de si crees esto o no, todas las cosas, vivas o muertas, cambiarán, se transformarán, se renovarán y desaparecerán, de acuerdo con los pensamientos de Dios. Así es como Dios preside sobre todas las cosas”.

No podían contener más razón – estaba completamente convencida. Mi destino está en las manos de Dios – sin lugar a duda. ¡Yo no puedo intervenir! Mi madre había compartido muchas veces el evangelio conmigo, pero yo nunca le presté atención; rechazaba una y otra vez la salvación de Dios y vivía según mi propia idea de que “mi destino está en mis manos”, y creía que confiando en mis propias manos podría construir un hogar feliz. Sólo pensaba en ganar más dinero. Pero cuando enfermé, no tenía manera de salvarme, y el dinero que había ganado tampoco podía salvarme. Incluso los médicos tenían las manos atadas, y decían que no había esperanza. Sin embargo, Dios me salvó, aun siendo yo dura y rebelde; cuando le llamé con mis oraciones, le importé y tuvo piedad de mí. Me salvó de las garras de la muerte, y me permitió experimentar de verdad Su salvación y lo poderoso que es. Cara a cara con la enfermedad y la muerte, tan sólo Dios fue mi apoyo. A partir de ahora obedeceré la soberanía de Dios y Sus designios, y ya no confiaré en mis propias manos ni en mi lucha personal por de mi destino.

(Traducido del original en inglés al español por Eva Trillo)

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