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El poder de la oración: Mi enfermedad se recuperó milagrosamente mientras oraba a Dios y confiando en Él

Soy cristiana y tengo setenta años. Una vez me quedé paralítica debido a una enfermedad y poco faltó para sufrir muerte cerebral. Durante ese período, renuncié a cualquier esperanza de sobrevivir, pero en un momento crítico, las palabras de Dios me dieron fe y me permitieron recuperar milagrosamente mi vida. Si Dios no me hubiera salvado, yo habría dejado este mundo hace mucho tiempo.

De repente, me desmayé y me quedé paralítica

El 19 de abril de 2017, después de levantarme de la cama, tuve un terrible dolor de cabeza. De repente, tropecé y me caí sobre la cama. No podía mover la mitad de mi cuerpo, y gradualmente perdí el conocimiento.

Más tarde, mis familiares me llevaron a la sala de emergencias del hospital, donde me hicieron una tomografía computarizada. El médico dijo que la hemorragia en mi tronco cerebral fue causada por una ruptura de una pared arterial, y que si no detenían el sangrado, mi vida estaría en peligro. Mi hija sollozó al escuchar eso, pues estaba desconsolada. El médico no se arriesgó a aplazar el tratamiento y les dijo a las enfermeras que me llevaran a la unidad de reanimación de emergencia.

Allí, el médico les dijo a las enfermeras: “vigilen a la anciana, porque está a punto de perder la capacidad de respirar. Quítenle los pendientes, los anillos y el collar, y entréguenlos a su familia para que puedan prepararse mentalmente y comenzar con los preparativos para el fallecimiento”. Aunque no podía abrir mis ojos ni moverme en absoluto, yo estaba totalmente consciente. Cuando escuché que estaba a punto de morir, sentí miedo y tristeza. Aunque sabía que todas las personas mueren, no esperaba hacerlo de una manera tan rápida y repentina. No había tenido tiempo de despedirme de mis seres queridos, todavía no había contemplado este mundo por última vez y, a pesar de creer en Dios, no había adquirido la verdad ni la comprensión de Dios... En ese momento, sentí que mi vida era demasiado corta. La idea de tener que abandonar este mundo de una manera tan repentina, con tantas cosas que quedaban por hacer, me dejó el corazón cargado de pena y arrepentimiento.

Pero en ese momento recordé las palabras de Dios: “El destino del hombre está en las manos del Creador, por tanto, ¿cómo podría el hombre controlarse a sí mismo?” Las palabras de Dios me dieron un poco de consuelo. Aunque el doctor había renunciado a tratar de salvarme, yo tenía a Dios para confiar en Él, así que no había nada que temer. La vida y la muerte del hombre están en manos de Dios, por lo que no tenemos la capacidad de controlar nuestro propio destino. Que yo viviera o muriera no dependía del médico ni de mí misma. Solo Dios tenía el control sobre ese asunto. Una y otra vez, oré en silencio a Dios en mi corazón: “¡Dios! ¡Dios! Mi vida y mi muerte están en Tus manos, y sin importar si vivo o muero, obedeceré Tus orquestaciones y arreglos”. Después de orar, me sentí mucho más segura.

En medio de la desesperación, las palabras de Dios me dieron confianza y esperanza

Permanecí siete días en la unidad de reanimación de emergencia, oscilando entre la conciencia y la inconsciencia. Llamaba a Dios tan pronto me despertaba. En el séptimo día, el médico me trasladó de la unidad de reanimación de emergencia a la unidad de cuidados intensivos. A esas alturas, yo estaba paralizada en la cama como una muerta viviente, y caí en la negatividad y la debilidad: mi esposo padecía de un cáncer avanzado y yo estaba paralizada. No podíamos cuidarnos ni movernos libremente, y nuestra hija estaba ocupada con sus propios asuntos, así que, ¿cómo podía cuidar de estos dos muertos vivientes? Las lágrimas se deslizaban desde mis ojos hasta mis oídos, y no pude limpiarlas con mis manos. ¿Cuál era el punto de vivir? Pensé que estaría mejor muerta, y la sensación de que preferiría morir antes que vivir era muy amarga. ¡Dios! ¿Cómo podría sufrir yo una enfermedad tan grave? ¡Dios! ¿Cuál es Tu voluntad en esto?

Después de sentirme desgraciada por un tiempo, comprendí de repente que mi actitud no era la correcta, y rápidamente oré a Dios: “¡Dios! Ahora me siento especialmente negativa y débil, y he perdido la confianza y el coraje para vivir. Dios, por favor, ilumíname y déjame entender Tu voluntad”.

Cuando terminé de orar, recordé algunas de las palabras de Dios: “Cuando las personas atraviesan pruebas, es normal que sean débiles, internamente negativas o que carezcan de claridad sobre la voluntad de Dios o sobre la senda en la que practicar. Pero en cualquier caso, como Job, debes tener fe en la obra de Dios, y no negarlo. Aunque Job era débil y maldijo el día de su propio nacimiento, no negó que Jehová le concedió todas las cosas en la vida humana, y que también es Él quien las quita. Independientemente de cómo fue probado, él mantuvo esta creencia. […] Él exige la fe de las personas. De esta forma, lo que perfecciona es la fe de las personas y sus aspiraciones. Cuando no puedes tocarlo ni verlo, en esas circunstancias se exige tu fe”. Las palabras de Dios tranquilizaron mucho mi corazón y me hicieron entender que Dios quiere que tengamos fe en Él, tanto en el bienestar como en el sufrimiento, sin quejarnos ni negar a Dios, y poder mantener nuestro temor de Dios y la obediencia a las orquestaciones y arreglos de Dios. Al igual que Job, cuyos enormes rebaños de ganado y ovejas fueron tomados por ladrones, cuyos hijos murieron bajo los escombros de la casa que se derrumbó y cuyo cuerpo estaba cubierto de furúnculos. En medio de esta prueba, y aunque estaba muy atormentado, Job no pecó con su boca culpando a Dios, nunca perdió la fe en Dios, se sometió a Dios aceptando lo que le concedía y quitaba, y alabó el santo nombre de Dios. Me avergoncé mucho al pensar que mi situación me debilitaba y me desilusionaba, que era autodestructiva, y que incluso quería usar la muerte para aliviar mi dolor. Fue entonces cuando vi que era muy importante tener fe como Job si quería continuar experimentando esta enfermedad. Pero, ¿cómo podría tener la misma confianza que Job?

Gracias a la guía de Dios, recordé las palabras de Dios: “Job no habló de negocios con Dios, y no le pidió ni le exigió nada. Alababa Su nombre por el gran poder y autoridad de este en Su dominio de todas las cosas, [...] Job no le ponía exigencias a Dios. Lo que se exigía a sí mismo era esperar, aceptar, afrontar, y obedecer todas las disposiciones que procedieran de Él; creía que esa era su obligación, y que era precisamente lo que Él quería”. Entendí que la fe de Job se basaba en el hecho de que él conocía la soberanía y la autoridad de Dios. Es decir, que él podía levantarse y dar testimonio de Dios en medio de las pruebas y tener fe en Dios debido a su comprensión de la soberanía de Dios, y sabía también que sus hijos, sus propiedades e incluso su vida están dominados y gobernados por Dios. Entonces, cuando perdió su propiedad y a sus hijos, y cuando los dolores en todo su cuerpo aumentaron, él pudo aceptar y obedecer los arreglos de Dios y no exigirle nada. Mientras tanto, mi comprensión de la soberanía de Dios era solo una admisión superficial, en lugar de creer decididamente y sin la menor duda que mi vida estaba en manos de Dios, por lo que, durante esta enfermedad, no pude entregar completamente mi vida a Dios ni experimentar el entorno con una actitud de espera u obediencia. Finalmente, entendí cómo enfrentar esta enfermedad. Tengo que entregar completamente mi vida a Dios, no ser autodestructiva y renunciar a mi vida, no pedirle a Dios que la preserve, y sobre todo, no culpar a Dios por este entorno. Más bien, debería esperar pacientemente y experimentar con confianza lo que sucediera. Sin importar el resultado, debería obedecer la soberanía y los arreglos de Dios, para poder tener una fe sincera en Dios y permanecer firme y testificar de Dios.

Después de comprender esto, mi negatividad, mi debilidad y mis exigencias irrazonables a Dios se desvanecieron, y en su lugar obtuve obediencia y confianza en Dios. En mi corazón, oré a Dios en silencio: “¡Dios! En este entorno que organizaste, vi que cuando las circunstancias que no encajan con mis nociones llegan a mí, no puedo obedecer y sigo exigiéndote. Verdaderamente no tengo conciencia ni razón. Deseo arrepentirme y cambiar a partir de ahora, y seguir entendiéndote y satisfaciéndote, para poder permanecer firme y testificar por Ti en este entorno doloroso. Seré obediente, sin importar si me recupero o no de mi enfermedad”. Después de orar, me sentí mucho más tranquila ...

Un milagro y una recuperación completa

Inesperadamente, después de unos días, pude mover un poco mis manos y pies. Cuando el director de rehabilitación vio que podía hacer esto, me dijo: “Existe la posibilidad de que puedas recuperarte y tal vez incluso caminar”. Cuando escuché esto, me emocioné mucho y le di gracias a Dios una y otra vez. Cuando llegué por primera vez al hospital, el médico dijo que pronto dejaría de respirar y que no había esperanza para mí. Ahora, no sólo no estaba muerta, sino que estaba completamente consciente, y podía comer incluso como de costumbre y mostraba signos de recuperación. Sabía que si no fuera por la obra milagrosa de Dios, nadie podría haberme salvado de mi enfermedad. Experimenté real y verdaderamente la autoridad de Dios, y pude experimentar lo que sucedió a continuación con mayor confianza.

Cuatro o cinco días después de esto, fui trasladada al departamento de rehabilitación. Después de estar en mi habitación, vi a una mujer tendida en la cama frente a mí, de unos cincuenta años, que también había quedado paralizada por un derrame cerebral. Ni siquiera podía reconocer a su familia y tenía tubos en todo su cuerpo. Cuando vi esto, derramé lágrimas de gratitud a Dios. Su enfermedad era la misma que la mía, y yo tenía setenta años, pero podía sentarme en mi cama y mi mente seguía funcionando. Con tan solo cincuenta años, ella tenía muerte cerebral y estaba en estado de coma. Una vez más, ofrecí agradecimiento y alabanza a Dios en mi corazón.

A continuación, comencé a someterme al plan de tratamiento del médico en el departamento de rehabilitación. Hice ejercicio apoyándome contra una puerta. Pero después de estar cuarenta minutos de pie, siempre sentía un dolor indescriptible y realmente no tenía la seguridad para continuar con mis ejercicios. La enfermera me dijo: “Sigue haciendo ejercicio. Esta es una etapa crítica en tu rehabilitación, y si no lo haces, nunca te recuperarás”. Más tarde, le pedí a Dios que me diera fuerza y confianza, y logré persistir. También hice muchos otros ejercicios, levantamiento de pies durante veinte minutos, movimientos de las muñecas por otros veinte, y luego media hora de masajes que me hacía el médico. Independientemente de los ejercicios coordinados por el médico, confié en que Dios continuaría obrando.

Después de unos días, pude moverme. Los doctores me vieron y dijeron con asombro: “Su recuperación es un milagro. Algunas personas con su condición no pueden hablar ni caminar, y otras se quedan en estado vegetativo. Es realmente sorprendente que haya podido recuperarse tan bien”. Los otros pacientes también me miraron con envidia. Cuando vi todo esto, supe claramente en mi corazón que no se trataba de mi propia condición física, sino de la obra milagrosa de Dios y de Su bendición.

No pasó mucho tiempo antes de que me dieran de alta. Cuando llegué a casa, pude ocuparme de mis propias necesidades y no me hizo falta ayuda para lavar la ropa o cocinar.

Después de esta enfermedad, tengo un entendimiento más práctico de la omnipotencia y la soberanía de Dios, y veo que Dios me cuidó y protegió durante mi enfermedad. Cuando me sentía débil y negativa, fueron las palabras de Dios las que me iluminaron y me dieron confianza y fortaleza. Cuando estuve paralizada, fue la protección de Dios lo que me permitió recuperar mi salud poco a poco. Cuando no tuve la perseverancia para seguir haciendo ejercicio, Dios me dio la confianza y la fortaleza para seguir adelante. Vi las buenas intenciones de Dios para salvarme y también Su autoridad y poder que aumentaron mi fe en Él. ¡Deseo usar el resto de mi tiempo en esta vida para buscar la verdad y cumplir con el deber de un ser creado para retribuir el amor de Dios! ¡Que toda la gloria sea para Dios!

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